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Foto del escritorCláudio Giordano

Desconcertante cumplido al vino


En peregrinación por Internet, me encontré con un texto sin firmar titulado "Del vino y la poesía"; la leve confusión del anónimo, entre el discurso del Caballero del Bosque y su escudero, no quita el sabor delicioso de esta crónica, que me llevó a releer los no menos sabrosos capítulos relacionados con el citado personaje del Bosque.


Ahí decía Sancho: "Pero encomedémolo todo a Dios, que Él es el sabidor de las cosas que han de suceder en este valle de lágrimas, en este mal mundo que tenemos, donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería." Y concluía: "Nosotros por acá nos avendremos y lo pasaremos lo mejor que pudiéramos buscando nuestras aventuras, y dejando al tiempo que haga de las suyas, que él es el mejor médico destas y de otras mayores enfermedades."


Sigue un largo diálogo entre los dos escuderos, es decir, Sancho Panza y el escudero del Caballero del Bosque. Y allí, al rato, teniendo el estómago y el cerebro, es decir, el cuerpo y el espíritu, llenos de vino que, sentados en la hierba, bebían mientras hablaban de sus virtudes, escribe Cervantes:


“— Por mi fe, hermano — replicó el del Bosque —, que yo no tengo hecho el estómago a tagarninas, ni a piruétanos, ni a raíces de los montes. Allá se lo hayan con sus opiniones y leyes caballerescas nuestros amos, y coman lo que ellos mandaren. Fiambreras traigo, y esta bota colgando del arzón de la silla, por sí o por no; y es tan devota mía y quiérola tanto, que pocos ratos se pasan sin que la dé mil besos y mil abrazos.


Y, diciendo esto, se la puso en las manos a Sancho, el cual, empinándola, puesta a la boca, estuvo mirando las estrellas un cuarto de hora, y, en acabando de beber, dejó caer la cabeza a un lado, y, dando un gran suspiro, dijo:


— ¡Oh hideputa bellaco, y cómo es católico!


— ¿Veis ahí — dijo el del Bosque, en oyendo el hideputa de Sancho —, cómo habéis alabado este vino llamándole hideputa?


— Digo — respondió Sancho —, que confieso que conozco que no es deshonra llamar hijo de puta a nadie, cuando cae debajo del entendimiento de alabarle. Pero dígame, señor, por el siglo de lo que más quiere: ¿este vino es de Ciudad Real?


— ¡Bravo mojón! —respondió el del Bosque—. En verdad que no es de otra parte, y que tiene algunos años de ancianidad.



— ¡A mí con eso! — dijo Sancho —. No toméis menos, sino que se me fuera a mí por alto dar alcance a su conocimiento. ¿No será bueno, señor escudero, que tenga yo un instinto tan grande y tan natural, en esto de conocer vinos, que, en dándome a oler cualquiera, acierto la patria, el linaje, el sabor, y la dura, y las vueltas que ha de dar, con todas las circunstancias al vino atañederas? Pero no hay de qué maravillarse, si tuve en mi linaje por parte de mi padre los dos más excelentes mojones que en luengos años conoció la Mancha; para prueba de lo cual les sucedió lo que ahora diré. Diéronles a los dos a probar del vino de una cuba, pidiéndoles su parecer del estado, cualidad, bondad o malicia del vino. El uno lo probó con la punta de la lengua, el otro no hizo más de llegarlo a las narices. El primero dijo que aquel vino sabía a hierro, el segundo dijo que más sabía a cordobán. El dueño dijo que la cuba estaba limpia, y que el tal vino no tenía adobo alguno por donde hubiese tomado sabor de hierro ni de cordobán. Con todo eso, los dos famosos mojones se afirmaron en lo que habían dicho. Anduvo el tiempo, vendióse el vino, y al limpiar de la cuba hallaron en ella una llave pequeña, pendiente de una correa de cordobán. Porque vea vuestra merced si quien viene desta ralea podrá dar su parecer en semejantes causas.


— Por eso digo — dijo el del Bosque — que nos dejemos de andar buscando aventuras; y, pues tenemos hogazas, no busquemos tortas, y volvámonos a nuestras chozas, que allí nos hallará Dios, si Él quiere.




 


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