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Foto del escritorCláudio Giordano

La Filosofia del Vino


Béla Hamvas (1897-1967) fue un escritor y filósofo húngaro, considerado uno de los más grandes pensadores metafísicos del siglo XX. Estudió literatura, historia de la cultura, ciencia, psicología, filosofía y lenguas orientales. Era un inconformista, y debido a su visión estética, el régimen político en el que vivía le impidió publicar sus obras en 1948, que que sólo póstumamente, a partir de 1980, comenzaran a editarse.


Muy poco conocido, en las últimas décadas se han vuelto a publicar las traducciones al inglés y al español, entre otras, de un pequeño ensayo titulado La Filosofía del Vino (escrito originalmente en 1945) que, en palabras de Antal Duval “es una apología de los raros y solemnes momentos de la vida, de la tranquilidad, la diversión y la serenidad del olvido de sí mismo. Es el mundo de la embriaguez dionisiaca, mediterránea; la meditación, medio despierta, medio soñando, del apicultor en una tarde de agosto bajo el nogal; la serenidad pura y chispeante de Orfeo: uno de los raros e idílicos momentos vividos por Hamvas; en una palabra: un vaso de Szekszárdi ardiente o Somlói verde dorado que nos puede hacerlos sentir.


En el verano de 1945, durante unas breves vacaciones en Balatonberény, Hamvas escribió, prácticamente de un tirón, La filosofía del Vino, que expresa los primeros estremecimientos de un pueblo que, torturado y hambriento, castigado duramente por las líneas del frente, los campos de concentración y refugios antiaéreos, acaba de llegar a la luz del sol. Curiosamente, sin embargo, no expresa desesperación por las ruinas, sino una alegría exuberante de vivir”.


Con un estilo provocador, irónico y desafiante, sus ideas son casi arrebatadoras. Mientras lo leía, no pude resistir al impulso de compartir con el lector un poco de este descubrimiento inesperado. En lugar de reseñar el libro, preferí darle la palabra directamente a Béla Hamvas, que va aquí en los extractos extraídos (y traducidos al portugués y al inglés) de la traducción al español de Adan Kovacsics (La Filosofia del Vino, Barcelona, 2014 , Acantilado).


El texto de abajo me recordó a dos amigos, una mujer llamada Corita (y toda su familia) y un hombre húngaro de nacimiento. A este sí le puedo poner el nombre completo: Roberto Szabo. Estos dos personajes revivían en mi conciencia con cada palabra de Béla Hamvas.

Que sean eternamente felices!!!

Juan Carlos





Al final quedaron dos, Dios y el vino.



He decidido escribir un libro de plegarias para ateos. En la penuria de nuestra época, he sentido piedad por quienes padecen y deseo ayudarlos de este modo.


Soy plenamente consciente de la dificuldad de mi tarea. Sé que ni siquiera puedo pronunciar la palabra Dios. Tendré que hablar de él recurriendo a otros nombres, por ejemplo, beso, ebriedad o jamón cocido. He elegido como nombre supremo el vino. De ahí que este libro se titule La Filosofía del Vino y de ahí ta0mbién que eligiera el siguiente lema: “Al final quedaron dos, Dios y el vino”.


Las circunstancias me obligan a este truco de pretidigitación. Como es bien sabido, los ateos son de una arrogancia digna de compasión. Les basta ver el nombre de Dios para tirar este libro al suelo. Sufren un ataque de cólera cada vez que alguien les toca su idea fija. Pero si me sirvo de palabras como comida, bebida, tabaco o amor, es decir, si recurro a estos nombres enigmáticos, lograré engañarlos. Porque además de engreídos también son estúpidos. Por ejemplo, no conocen em absoluto este tipo de rezo. Creen que sólo es posible rezar en el templo o murmurando palabras sacerdotales.


En vez de luchar y de tratar de convertirlos, los compadezco. No se trata de un mero ardid. No quiero quitarles nada, por el contrario me gustaría ofrecerles algo que les falta, algo cuya carencia los vuelve débiles, pobres y, por qué negarlo, también ridículos.


¿Un libro de plegarias para ateos? Sí, y además, escrito de tal modo que el lector no se dé cuenta siquiera de que le enseña a rezar. Casi nada! Como dice Nietzsche, sólo hay un modo de expresarse: con cinismo e inocencia. De forma perversa y sofisticada, con una inteligencia casi malvada, y al mismo tiempo, con el corazón puro, con alegria y sencillez, como el pájaro cantor.


Quisiera aprovechar esta ocasión para dirigir también unas palabras a los pietistas, esa tenebrosa secta de los ateos. El pietismo no es más que ateísmo disfrazado. En el fondo, el pietista es tan ateo como el materialista, pero, como además tiene mala conciencia, viste externamente el ropaje de la religión verdadera. El pietista es el antialcohólico. Sé perfectamente que el lema de esta obra lo escandaliza y que pregunta con expresión irritada y sombría: “¿!Pero que blasfemia es esta!?” Se ha indignado cuando he osado decir que Dios se encuentra también en el jamón cocido. Le recomiendo que mantenga la calma. Ecuchará más cosas. Prometo prestarle particular atención y no dejar pasar ni una sola oportunidad para escandalizarlo tanto como pueda.


Este libro ha de dividirse necesariamente en tres partes. Digo necesariamente porque todo buen libro se divide en tres partes o, dicho de otro modo, porque la estrutura perfecta es la ternaria y también porque el número del vino es el tres y esto debe manifestarse en la división del texto.


A primera parte está dedicada a la metafísica del vino. El objetivo, e incluso la ambición, de esta apartado consiste en sentar las bases de toda futura filosofía del vino. Del mismo modo que Kant expresó todos los pensamientos decisivos de la filosofía del porvenir, que uno puede aceptar o rechazar, pero que nadie puede en ningún caso ni eludir ni pasar por alto como si nunca se hubieran formulado, yo deseo exponer en esta sección los conceptos universales y duraderos de la metafísica del vino.


Sé que al usar la palabra metafísica transgredo una frontera. Sin embargo, la palabra se ha mantenido oculta hasta ahora. Ni siquiera aparece en el título. Se trata de una limitación que no puedo evitar imponerme, porque los ateos desconfian incluso de la filosofía, a pesar de que se trata del término más elevado que todavía son capaces de suportar. La metafísica ofende hasta tal punto a su cerrilismo que, si hubiera titulado el libro La Metafísica del Vino, ni siquiera se habrían atrevido a abrirlo.


La primera parte versa, pues, sobre el vino como realidad sobrenatural. La segunda trata sobre el vino como naturaleza. De modo que, por definición, es de carácter discriptivo. Trata de la uva y sus variedades, de los tipos de vino, de la relación entre tierra y vino, entre agua y vino, con particular atención a nuestros caldos, pero teniendo en cuenta también los vinos extranjeros de más renombre.


La tercera parte es la teoría de la ceremonia del vino. Examina cuándo se ha de beber y cuándo no. ¿Como beber? ¿Donde beber? ¿En qué recipientes beber? ¿Solo? ¿En compañía? ¿Con un hombre o con una mujer? Trata de los vínculos entre el vino y el trabajo, entre el vino y el paseo, entre lo vino y el baños, entre el vino y el sueño y el amor. Incluye reglas relativas a qué vino debe beberse en qué ocasiones, en qué cantidades, qué platos ha de acompañar, en qué modo combinarlo con otras sustancias. Esta parte no pretende en absoluto ser exhaustiva. Antes bien, sólo quiere resaltar la riqueza ilimitada de las posibilidades del beber.


La división ternaria está estrechamente vinculada a las tres grandes épocas de la historia universal del vino. La parte metafísica se corresponde naturalmente con la edad antediluviaria, cuando la humanidad no conocía aún el vino y se limitava s soñar con él. Después del diluvio, Noé plantó la primera cepa y empezó una nueva era en la historia del mundo. La tercera época empieza con la conversión del agua en vino, y en este período vivimos en la actualidad. La historia del mundo culminará cuando el vino brote de fuentes y pozos, cuando caiga de las nubes, cuando lagos y mares se transformen en vino.


Qué es el vino? Una máscara religiosa. Algo hay detrás de ella. Alguién que posee un número ilimitado de máscaras, que vive al mismo tiempo tras la máscara de Mercurio, del oro, de la nota fa y del color rojo y que es en el mismo instante un libro, una conversación, una risa de mujer, unas gafas y un pato asado.


El primer pecado, el más profundo, el peor mal, fue la mala religión, la mala actitud. La Biblia lo llama pecado original. Desde entonces, todos llevamos en nuestro interior esa conmoción que se produjo de la base de nuestro ser, en la actitud religiosa. Porque la sacudida es hereditaria. El diluvio no conseguió liberarnos de la commoción. Con el arco iris, sin embargo, lhegó la bebida mitigadora. Sólo puedo entender el vino como uno de los actos de gracia supremos. El vino lenifica. Tenemos vino. Podemos hacer desaparecer el shock maldito. El vino nos devuelve la vida originaria, el paraíso, y nos muestra dónde nos encontraremos en la última celebración universal. Y el hombre sólo es capaz de suportar el puente que une el primer día y el último en un estado de trance. Y ese estado de trance es el vino.


Cada vino es individual. En cada vino (variedad, cosecha, denominación, tierra, edad) vive un genio irrepetible e inimitable. En cada vino habita un angelito, que no muere cuando bebemos el vino, sino que va a reunirse con los innumerables angelitos y pequeñas hadas que moran en el hombre. Cuando bebemos, los genios que están en nuestro interior saludan el recién llegado con cánticos y lluvia de flores. La pequeña hada, encantada, siente tal alegría que está a punto de la combustión espontánea. Y esa súbita llama de la alegría se expande por nuestro interior y nos heticha. No hay manera de defenderse contra eso. Por eso afirmo que una copa de vino representa el salto mortal del ateísmo.


Antes de adentrar-me en la historia natural del vino, quisiera dirigirme a aquellos para quienes he escrito este libro. Sé que, al leer las primeras frases, todo ateo se habrá ofendido por el tono de superioridad con que me atrevo a tratarlo. Cuanto más haya ido avanzando, más habrá aumentando su indignación y habrá protestado acaloradamente contra el tonillo despectivo de algunas pasajes. Al final, no le habrá quedado más remedio que tranquilizarse diciendo que el autor del libro no es un ser superior, sino un altanero.


Lo que más le habrá molestado habrá sido que esperaba un sermón mojigato y resulta que ha encontrado todo lo contrario. Ahora bien, si las cosas son realmente tal como afirma el ateo, pido aquí mil disculpas al agraviado lector y le aseguro que no era mi propósito ofenderlo. No era en absoluto mi intención utilizar un tono altanero, porque me lo prohíbe la religión. El segundo punto de mi ofensa es el siguiente: ¿he ridiculizado al ateo? ¿Lo he representado como un estúpido? ¿Lo he llamado tullido? No tenía necedidad de ponerlo en ridículo, porque lo es. Tampoco tenía necesidad de hacerlo parecer estúpido, puesto que es un hecho tan clamoroso que no hubiera sido posible aplazar más su revelación al público.


Comprendo que a los ateos les resulte amargo reconecer este hecho, pero no puedo hacer nada para evitarlo. Lo único que puedo hacer es insistir en mostrarles su desolada situación y enseñarles el camino correcto. Éste es mi propósito y con esta intención empiezo la segunda parte del libro.


Ahora me gustaría evocar una de mis meditaciones má bellas sobre el vino. Ocurrió entre las vinas de Berény, junto a una bodega, cuando estaba sentado sobre un banco de piedra bajo el enorme nogal, contemplando el lago. Enfrente tenía el Badacsony, el Gulács, las colinas de Révfülop y Szigliget. Era una tarde sofocante. Por la mañana me había bañado en el lago: después almorcé y tras un breve descanso salí a leer. Sin embargo, el libro quedó abandonado a mi lado, ni siquiera lo abrí, porque no fiz más que contemplar el verano. La uva maduraba ya en las cepas. “Ésta es Riesling, aquélla, la Silvaner, la de más allá la Otello, la Burgunder, la Mézes fehér o blanco miel, la Kékoportó...” Y entonces pensé: “Qué curioso que esas numerosas manifestaciones disfrazadas sean todas el Uno, pero que su valor resida precisamente en que cada una sea inconfundible, fiel a sí misma y nada más. En este sentido, las uvas y los vinos son como las piedras preciosas: manifestaciones del único Uno. Y, sin embargo, son a la vez distintas esencias espirituales del Uno. Empecé a comparar la esmeralda, el rubí, el topacio, la amatista, la cornalina, el diamante con los vinos que les corresponden. Confieso que al realizar este ejercicio pensé en la mujer, lo cual fue de grande ayuda, como siempre que he reflexionado sobre la infinita variedad de las esencias espirituales. Las piedras preciosas son mujeres y muchachas, manifestaciones disfraza das que han conservado esa propiedad única de su beleza, el hechizo radiante. He aí su encanto. Sin embargo, no hay que interpretar este hechizo en el sentido de una falsedad, sino en el de una magia natural. Es su verdadero ser. Su esencia. Si fuera posible, me encantaría extraer el ser espiritual de una muchacha hermosa e irlo purificando, destilando, condensando, filtrando, cristalizando hasta conseguir su esencia concentrada y imperecedora. De toda mujer bella se podría hacer al cabo una piedra preciosa. El vino, aun que en ese caso, en vez de cristalizada, sería preciso disolverla. La piedra preciosa la engataría en oro y entonces yo absorbería su esencia a través de los ojos. Y el vino, logicamente, lo bebería. Como se dice en los Salmos: “Probardlo y lo vereis...” Por supuesto, lo ideal sería poder convertir la piedra preciosa en mujer cuando quisiera, para poderla admirar; después la transformaría de nuevo para poder bebérmela, finalmente tornaría a convertirla en piedra preciosa para que durase eternamente. Mi mujer y mi vino estarían hecho de zafiro, amatista, perla, diamante, esmeraldo y topacio.


La tesis principal de mi anatomía de la ebriedad es la seguinte: la raíz de toda ebriedad es el amor. El vino es amor en estado líquido, la piedra preciosa es amor cristalizado, la mujer es el amor encarnado y vivo. Si a todo esto le agrego la flor y la música, sé que este amor brilla con todos los colores, que canta, exhala fragrancias y vive, y sé que puedo comerlo y beberlo.


Formulo la seguiente pregunta: ¿qué es esa inquietud tan parecida a una enfemidad, esa limitación irritada, esa impaciencia — que hoy se llama nerviosismo — tan propia del ateísmo? No es posible vivir sin religión. Es una consternación tan antigua como irrefutable. Existen las buenas y las malas religiones. Eso es todo. El hombre o cree en Dios o en un sucedáneo. Y caben muchos tipos de sucedáneo: podemos llamarlo principio, concepción del mundo, dictadura, progreso. Actualmente, el nombre del sucedáneo de la religión es materialismo. Por qué se llama de este modo a sí mismo es un misterio. Yo soy el materialista, querido, yo, que rezo a los pimientos rellenos y a las gombóc de patata rellenas de ciruela, que sueño con la fragancia que exhala el lóbulo de la oreja de las mujeres, que adoro las piedras preciosas, que vivo en poligamia con todas las flores y todas las estrellas y que bebo vino. Vino. ¿Me escucháis? Y como ocurre siempre, también en este caso todo depende de la calidad, de si se trata de un buen o de un mal materialismo. Yo soy el defensor del buen materialismo.


Pues bien, ahora formulo la pregunta: ¿por qué el ateo moderno no consigue jamás el sosiego? Lo explicaré. El ateísmo es en el fondo una enfermedad de la vida abstracta. Sólo tiene un remedio: vivir de manera espontánea. Enamorarse de la primera mujer hermosa, comer a lo grande, pasear entre flores, ir a vivir a un bosque de pinos, escuchar música, contemplar cuadros y sobre todo beber vino, mucho vino. Es que la buena religión es un talento que sólo reside en los hombres sanos. Se disuelve y se evapora en la impureza. Lo dijo uno de nuestros grandes sabios contemporáneos en un momento particularmente iluminado. Esta impureza es la causa de la inquietud y el frenesí de los ateos de hoy en día, de su confusión amorfa, vacua y patética. Creedme, esta enfermedad sólo tiene un remedio: el vino. Tomad nota, mis pobrecitos discípulos, no sólo sois unos tullidos, no sólo sois unos estúpidos e idiotas, privados de toda la riqueza de la vida, no sólo sois enfermos, sino también impuros. Éste es el principal motivo de vuestra inquietud. Por eso sois tan desdichados. Carecéis de la pureza necesaria para la gran iluminación. Vino! Vuelvo a repetirlo: !bebed vino! Entonces sentiréis deseos d besar, de ocuparos de las flores, de cultivar la amistad, de dormir bien y profundamente, de rír, de leer poesía en vez de periódicos por la mañana.


Sé que lo que digo parecerá a muchos un escándalo y una locura. Conozco a quienes afirman tal cosa. Hace dos mil años ese mismo tipo de personas vituperaron a san Pablo: lo que decía, a los judíos les parecía un escándalo y a los griegos una locura.


Non creáis, amigos, que podéis acabar comigo tan fácilmente; no creáis que por ser religioso soy tonto, que odio el mundo, que soy sombrío y taimado, que sólo me atrevo a probar los bocados dulces cuando nadie me mira. Ése no soy yo, sino el pietista, al que acabo de discribir y que nada tiene a ver con la buena religión.


Y ahora os diré otra cosa. El escándalo y la locura no son propios de mi comportamiento sino del vuestro. Vosotros, los ateos, vivis como los locos y de forma escandalosa, pero yo no me escandalizo ni os riño por ello. Simplesmente he intentado ilustraros sobre lo que conviene hacer. Ni siquiera deseo que renunciéis a nada, pobrecitos, puesto que ya sé que pasáis gran penuria. Es más, os animo a no renunciar a nada. Comed, amad, disfrutad y sobre todo bebed y bebde y bebed.


No quiero que sea menos, sino más. ¿Entendéis? Burros! He hablado de todo corazón, concretamente a los cientificistas, a los puritanos y a los pietistas. Aunque a veces os haya puesto de vuelta y media, tomadlo muy en serio y no os enfadéis por ello. Ha sido blasphème d’amour, como dicen los franceses. Uno sólo reprende a la persona que ama. Y creedme, mis queridos amigos ateos, la religión no en vano se llama religión y se relaciona con Dios. Sólo es realmente divino aquello que no sabe más que amar, incluso a su enemigo. No estáis condenados al infierno por algo externo. Vosotros mismos os mantenéis en el infierno. Así que todo depende de vosotros. Toda alma nace intacta y no puede perder su salud. Sed inteligentes y recuperadla. El remedio se encontra en cualquier sitio. !Bebed! Lo que os ofrezco es el aceite de la pureza, el aceite de la ebriedad.


Bebed, que el vino se encarga del resto.





 





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