La centenaria Libreria Antiquaria Pregliasco fue fundada por Lorenzo Pregliasco en 1911, continuada por su hijo Arturo quien le dio grandeza y renombre, y ahora está bajo el mando de su nieto Umberto.
La BVReppucci, con la adquisición de una gran cantidad de obras de los catálogos de la Libreria, creó un vínculo de amistad con Arturo, mantenido con Umberto. Prueba de ello es un ejemplar de la edición, a mediados de 2022, de 50 ejemplares numerados y no comerciales de la plaqueta umberto eco e il terzino nella grappa ovvero su alcune traducción al italiano dal '400 al '900, dedicada a Juan Carlos Reppucci .
En homenaje a Arturo y Umberto Pregliasco, traducimos y reproducimos a continuación los apuntes que el autor hace a su homónimo Umberto Eco.
Creo que no se debe comenzar un texto sobre cualquier aspecto de la bibliofilia sin mencionar a Umberto Eco. No me atreveré, por supuesto, a hablar del filósofo, el profesor de semiótica, el intelectual italiano contemporáneo más conocido en el mundo; me limitaré a hablar de Umberto Eco, bibliófilo, relatando las Liasons dangereuses entre el coleccionista y el verdadero pusher empujador de libros antiguos: una experiencia única, que permitió al librero beneficiarse del espíritu, incluso antes que de la erudición, siendo principalmente el coleccionista que es. También el hecho de tener el mismo nombre facilitó nuestras relaciones: además de la “piemontesidad” y el amor por los libros, comparto con Eco el placer de jugar con las palabras.
El mundo de los libros antiguos le debe mucho, porque a través de sus novelas ayudó a que las bibliotecas medievales y los libros antiguos fueran familiares para el gran público. Tuve la suerte de conocerlo al comienzo de mi carrera, cuando estaba él escribiendo lo que sigue siendo una obra maestra, Il Nome della Rosa; en esa época pasaba con frecuencia por la librería de Turín, y me agrada mucho suponer que, ya en los años 50, estudiante desconocido y falto de dinero, Eco buscaría tímidamente libros usados en la librería de mi abuelo, al lado de el Collegio Universitario, donde residía sdurante sus estudios coronados por una tesis sobre la estética de Santo Tomás.
Guardo con celo misivas de otros clientes ilustres de mi librería centenaria, como Benedetto Croce, Luigi Einaudi y las innumerables cartas - solicitudes de catálogos, pero también notas de inexactitudes o quejas sobre un libro vendido a otro - que Umberto Eco dirigió a mí como “Querido homónimo”.
Durante años me pregunté si en las novelas de Eco había venido primero el huevo o la gallina, o más bien, si era la inspiración que guiaba su coleccionismo de libros, o si era la posesión misma de ciertos textos lo que inspiraba su escritura; sin embargo, está fuera de toda duda que la escritura de todas sus novelas estuvo respaldada por una profunda consulta con ediciones anteriores. Por ejemplo, Il Nome della Rosa con textos sobre drogas, laberintos y la Inquisición. Huelga decir que mi sueño sería encontrar un registro manuscrito del segundo libro perdido de la Poética de Aristóteles, el que legitima la risa, la causa de los asesinatos de Jorge y el incendio de la biblioteca, que sigue siendo el teatro de mis más atroces pesadillas La misma minuciosa búsqueda emprendió Eco de los textos alquímicos y de los rosacruces en la escritura del Pendolo di Foucauld, así como de las obras de astronomía y navegación para L’Isola del Giorno Primo. Sólo un bibliófilo atento es capaz de advertir cómo casi todos los títulos de los 40 capítulos corresponden a títulos muy sugerentes de libros más o menos conocidos del siglo XVII, desde el Grand’Arte della Luce e dell’Ombra hasta el Serraglio degli Stupori, del Orologio Oscillatorio a Náutica Rilucente: el propio índice representaba ya un verdadero y justo himno a la bibliofilia. Me alegré mucho cuando descubrí su juego. Para Bandolino fueron libros y documentos sobre el cerco de Casale y Barbarroja, mientras que revistas de los años treinta para La Misteriosa Fiamma, en las que el protagonista es precisamente un librero anticuario con el emblemático nombre de Giambattista Bodoni. Y así sucesivamente a las solicitudes de libros sobre falsificaciones, mistificaciones y construcción de tramas para Il Cimitero di Praga y Numero Zero.
Con el paso del tiempo, el intelectual italiano más importante de los últimos cincuenta años vino a verme muchas veces --y por desgracia también otros libreros... Nacía una relación de amistad, sellada por intercambios recíprocos de consejos, impresiones y cultura, incluso antes de bienes y dinero. En cualquier caso, nunca pude adivinar el tema exacto de las novelas que escribía Eco; sin embargo, él mismo me regalaba de vez en cuando la última obra publicada, acompañada de la dedicatoria “così capisci perche cercavo il tal libro...” [Ahora entiendes por qué buscaba aquel libro...].
Durante nuestras conversaciones, Umberto a menudo me confiaba sus pensamientos sobre la bibliofilia:
“Hay coleccionistas que incluso leen los libros que acumulan. Pero quieren el objeto y preferiblemente una primera edición. Hay bibliófilos que no apruebo pero puedo entender, que no abren las páginas de un libro sin recortar, para no violar el objeto que han conquistado. Sería como si un coleccionista de relojes rompiera la caja para ver el mecanismo”.
Cuando me invitaron a evaluar - y por lo tanto examinar por mí mismo, con otros ojos - su biblioteca en esa habitación que él mantenía fría y lúgubre, me di cuenta de que los libros ya estaban “separados por novela en cada estante”. Casi todas antiguas o preciosas, salvo las más “medievales” y célebres de sus novelas: la estantería con la documentación sobre las abadías, los herbarios, los laberintos no contenía ediciones raras. Eco tuvo la oportunidad de poner en marcha la verdadera “Biblioteca curiosa, lunática, mágica y neumática”, con las ganancias de su obra maestra:
“Mi colección de libros antiguos comenzó cuando escribí Il Nome della Rosa. Una vez que gané dinero con un libro, gasté el dinero en otros libros”.
Afirmó que una biblioteca de obras raras era un organismo vivo con vida autónoma:
“No es el lugar de tu memoria, donde guardas lo que has leído, sino el lugar de la memoria universal, donde un día podrás encontrar lo que otros han leído antes que tú. La biblioteca privada no es sólo un lugar donde se guardan los libros: también es un lugar que nos los lee... Mi colección de libros antiguos contiene obras que cuentan mentiras. No tengo las obras de Galileo, pero tengo las de Ptolomeo. Me gusta investigar las rarezas de la mente humana... La inteligencia no me fascina, pero creer que la tierra es cuadrada es síntoma de la flexibilidad de la mente humana.”
Habiendo tenido la suerte de acompañarlo en el que sabía que sería su último viaje al extranjero, pude ver cuánto más estimaban a Umberto Eco en el extranjero que en Italia. En octubre de 2013, fue invitado a dar una lectio magistralis en la ONU y otra en Yale por el 50 aniversario de la Biblioteca Beinecke, la biblioteca de libros antiguos más grande del mundo, cuyo espléndido edificio fue diseñado expresamente con mármoles transparentes y con cubos de cristal para los libros.
En Yale se acercaron a mí - lo que ya era un honor - para convencerlo y acompañarlo (pero me pidieron, un honor aún mayor) para hacer la presentación de su intervención, hablando de su entusiasmo como coleccionista. Amando los juegos de palabras, titulé mi presentación A Bibliophile Huge Echo.
Habría muchos episodios de este viaje por contar, pero el de 2004 nos llevará a algunas consideraciones sobre la traducción a lo largo de los siglos. Mientras visitábamos la feria del libro antiguo de París, desde el Grand Palais cruzamos el Sena para almorzar en un bistró con su traductora de francés. Acababa de publicarse su Dire Quasi la Stessa Cosa [Diciendo casi lo mismo] y teníamos que discutir la traducción al francés.
El título previsto era Dire À-peu-près la Même Chose [Decir Casi lo Mismo]. Algo no me sonaba bien y tomando un whisky al final de la comida (Eco casi siempre comía con whisky; su médico le dijo que el vino le hacía mal...), comencé a repetir presque, presque [casi, casi]. Inmediatamente él entendió lo que io quería decir y estuvo de acuerdo en que presque era mucho más expresivo y más cercano al original de lo que podía expresar el anterior à-peu-près previsto. Un ensayo sobre la complejidad de la traducción ya resultó complicado en la traducción de su título...
Sin embargo, para evitar problemas, en 1997 Eco había traducido Secondo Diario Minimo bajo el título Comment Voyager Avec Un Saumon [Cómo viajar con un salmón], dos años antes que el ensayo Kant et L’Ornithorynque [Kant y el ornitorrinco]. Me levanté de la mesa orgulloso de haber hecho un mínimo aporte a la bibliografía de un gran personaje como mi homónimo Eco, y de no haber hecho el papel de salmón, y mucho menos de ornitorrinco, en presencia del filósofo. “Todo se encuentra en lo presque del título”, escribiría más tarde Myriem Bouzaber.
El volumen reúne sus ensayos sobre teoría de la traducción, basados en su experiencia personal como traductor, editor de traducciones ajenas o autor traducido. (Eco siguia las traducciones de sus obras casi obsesivamente.)
Muchas cosas - en la historia de la bibliofilia, en la cultura del siglo XX, así como en mi formación - se refieren a Umberto Eco. Un episodio que le concierne abrió este texto; para cerrar quisiera retomar uno de sus ensayo, La Memoria Vegetale e Altri Scritti di Bibliofilia: Estoy seguro que el libro impreso, soporte vegetal de la memoria de la civilización humana, viene después de la primera memoria mineral de las incisiones rupestres - y después de la animal de los manuscritos en pergamino - quizás sea sacudido, pero nunca suplantado por la difusión de la nueva memoria mineral registrada en el silicio de los chips de computadora. Y parafraseando el título del ensayo N’Esperez pas vous debarraser des livres [No creas que te escaparas de los libros], que escribió Eco con Jean-Claude Coarrière, sigo convencido de que nunca conseguiremos escapar de los libros.
Umberto Pregliasco
Umberto Pregliasco
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